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Artículo – La Gazette – noviembre de 2015.

Un ser brilla según la conciencia que tiene de su placer potencial y el poder que tiene para controlar ese placer, todo ello unido por supuesto a su apetito por la vida y siempre que ningún grano de arena venga a apoderarse de este júbilo de vivir.

Entonces, ¿se puede ejercer un campo de actividad y hacer poesía, crítica de arte, crítica cinematográfica o crítica literaria al mismo tiempo?

Obviamente, sí. La clave es poder reunir estos diferentes tipos de escritura y también llegar a lo más profundo. Y ahí, como dirían los ingleses, “hay otro par de mangas”.

Olivier Isselin expone en su nuevo espacio una veintena de cuadros de Jean-Yves Texier. Este joven galerista nació en la región de Langres, al igual que Texier. Por eso siempre se codearon y se decía que Isselin habría encarnado allí para algún día tener la posibilidad de exponer a su mayor, Texier.

Así, Isselin, un joven buscador de talentos formado en arquitectura y escenografía, ama los momentos culturales y le gustaría abrir los ojos de los dijonenses al arte contemporáneo.
Su punto de vista sobre el arte es simplemente el de divertirse. Su idea: defender a aquellos en quienes cree, defender un equipo, cualquiera que sea la diversidad de sus modos de expresión. Sí, porque inicialmente podríamos haber temido, dadas las primeras exposiciones en estos lugares, una orientación sistemáticamente centrada en la fotografía y sus derivados, fotos retocadas y repintadas, etc. (John Batho es uno de los artistas mimados por la galería).
Sin embargo, vemos un cierto eclecticismo combinado con un deseo de permanecer íntimo, dentro de una antología digna de su sensibilidad.
Olivier navega, busca, clasifica y encuentra, según sus afinidades electivas, a los miembros de su “equipo”. Valora su independencia y trabaja por encargo de proyectos en lugar de seguir la ola de la moda, viaja mucho, frecuenta exposiciones y ferias de arte contemporáneo: Basilea, F.I.A.C., etc. para olfatear lo más cerca posible y mantener la cultura necesaria. por la arriesgada profesión que decidió abrazar.

En su terreno personal, está más en la producción y defensa de artistas comprometidos. Texier ilustra perfectamente la imagen evocada por su galerista cuando éste afirma que se puede ser narrativo en el sentido de una dimensión de poesía narrativa, sin hundirse en la decoración o en lo decorativo. La pintura puede ser moderna, contemporánea, abstracta, violenta, suave, figurativa, etc., pero seguramente no debe ser vanidosa.
No es el caso de Texier: realiza una serie de bustos o retratos (lo cual es novedoso, porque seguimos su trabajo desde hace unos quince años), así como la continuidad de sus series de animales centradas en caballos y toros. Pues bien, Texier es ante todo un diseñador con un gran virtuosismo y un estilo de dibujo bastante personal. Sentimos la velocidad, la pasión. Los pinceles de sus manos son muletas con las que pasa por delante de los lienzos del toro. Está Bacon en algunos pequeños bustos, Soutine en los retratos, a veces mezclado con una impresión de Toulouse-Lautrec, pero un Lautrec que uno habría sacudido, desdibujado. Esto es muy interesante, aunque sentimos que Texier está experimentando un ligero dilema, yendo aún más al shock y a la desestructuración, en definitiva, haciendo más «basura», o intentando oscilar perfectamente entre las dos tendencias, el clasicismo de la mano y la epilepsia de la línea.
Hablando de caballos y toros, estos últimos aparecen en el lienzo como elementos de frescos picarescos que habrían estado aislados de un conjunto o grupo, ya que parecen responder entre sí de una obra a otra. Se trata de lienzos esbozados, donde sentimos el sueño del pincel llevado por una mano fantasmal habiendo tocado la superficie del agua -perdón- del lienzo, de forma breve y casi hipotética; ¿pintó realmente el pintor o sólo soñó que esbozaba con gracia un movimiento furtivo, pero tan poderoso que la huella de esta virtualidad habrá quedado grabada por sí sola?

Es gracioso y divertido el contraste con este elctrón libre de un galerista en perpetua agitación, este alborotador enamorado de la música electrónica; una pasión es necesaria para alimentar otra. Definitivamente se llama a sí mismo «warholiano» y esto es evidente en su elección de serie. Ama a los precursores pero no desdeña volver a ser un buen artista local que practica la pintura fruto de la ciencia y el conocimiento del bello dibujo clásico. Por eso nos gusta pensar, como Michel Butor en la Novela, que la pintura corresponde a una cultura y a una época determinada. A veces deja de expresarse en tal o cual compartimento de su expresividad (paisaje, escenas de género, naturalezas muertas, retratos, abstracción) y a veces vuelve a empezar, según la sensibilidad de la época. Actualmente, asistimos a un estancamiento de esta energía, en favor de otras formas de expresión más innovadoras.
Al igual que André Breton, Isselin practica una “descompartimentación histórica y categórica”, excepto en el caso de la música que Breton odiaba, que no era el único aspecto desagradable del personaje, como sabemos.
Retratos cruzados también porque sólo conocí a Texier: no se viola a un ogro así, por muy jovial que sea. Pero cuidado, un ogro ligero. No se impone, no devora el espacio con su presencia. No, ella es más bien discreta, extrovertida y agradable, un hombre barbudo simpático y bonachón pero con una música suave en forma de sonatina.
Aquí es donde intuimos la sensibilidad, donde adivinamos la complejidad que se esconde bajo una aparente sencillez.

Es alguien que te dejará venir a él, pero sólo vendrá cuando sea el momento adecuado, después de haberte aceptado, como un caballo al final. Como si los caballos fueran tan frescos, franceses y tan vivos, cepillados, casi a mano, a ciegas, donde la danza del artista recurre a sus habilidades para dejar hablar a su instinto.


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